lunes, 12 de octubre de 2020

EL ALTILLO MISTERIOSO

 

EL ALTILLO MISTERIOSO

Jugábamos a orillas del río Alhama, entre matorrales y rocas. Ese año el río no llevaba mucho caudal.

Lancé la piedra al río, pero se hundió en el primer golpe. No conseguía hacerla “andar" por el agua como hacían mis amigos. Claro, yo era de ciudad.

Pasaba los tres meses de verano allí, trotando y manchándome de barro. Me volvía un salvaje durante los veranos.

En la casa familiar había tres plantas. Me encantaba subir y bajar por aquellas escaleras. Me daban vida.

Una noche mi madre se asustó porque yo soy sonámbulo . Me levanté de la cama y comencé a andar dirección a las escaleras. Angustiada me abrazó y me devolvió a la cama porque pensaba que yo creería estar en nuestra casa de Madrid que no tiene escaleras, y acabaría rodando.

Mi abuela cocinaba entre los fogones para toda la familia durante aquellos días. El sabor era diferente que en mi casa. Allí todo estaba más bueno. Incluso el pan.

Las campanas de la iglesia me despertaban cada mañana. Bajaba los dos pisos corriendo hasta la cocina y besaba a mi abuela. Era una mujer alta y esbelta, su pelo era oscuro, pero son destellos rojos. Todas las mañanas sacaba su pequeña silla a la calle y pasaba horas zurciendo alpargatas.

En lo alto de la casa había una terraza, desde donde se veía todo el pueblo.  Desde el peñón, hasta las pistas de tenis, al lado de las piscinas.

Me gustaba estar en aquella terraza porque en ella sentía libertad. Se respiraba aire puro y el olor a leña me impregnaba de mágicos instantes. Antes de entrar, en la pared posterior existía una ventana de madera que siempre estaba cerrada. Tenía una cerradura.

Lo único que no me gustaba tanto del pueblo, eran sus cuestas. Todo él estaba lleno. Para ir a cualquier sitio había que hacer grandes esfuerzos.

Una mañana, después de desayunar mis tostadas de tomate y aceite, subí al altillo. Me dispuse a leer un libro mientras el sol me calentaba. Tumbado en una hamaca me percaté que entre las tejas había un sobre.

Estaba cerrado y solo había escrito en él la palabra: “Condinde", con tinta china y un trazado lineal.  Era el apodo de mi abuelo. Llevaba muerto cinco años. Un desastroso cáncer de estómago acabó con él.

Pensé en darle el sobre a mi abuela, pero me pudo la curiosidad.

Cuando lo abrí, un olor a lavanda invadió mi nariz. Era una nota. En ella había una dirección.

Nuestra casa estaba en el barrio de arriba y aquella dirección pertenecía al barrio de abajo.

Intrigado, decidí ir.

Bajando por las cuestas, iba de piedra en piedra diciéndome a mí mismo que no podía pisar el suelo. Era como un reto. Al llegar abajo comenzaba la carretera, así que tuve que dejar mi juego mental para más tarde.

La carretera separaba en dos mi pueblo. El río la atravesaba en la otra dirección.

Cuando ya estaba en el barrio de abajo, me fijé en las casas. Eran todas de piedra y los balcones negros asistían imperiosos a mi paso. Llegué al lugar indicado. Allí sólo había una casa que parecía estar deshabitada.

Empujé la verja. La maleza del jardín me hacía cosquillas en las piernas. La puerta principal estaba cerrada. Miré a los lados, y vi una ventana abierta. Entré.

Los muebles estaban roídos por la humedad. Estaba oscuro.

Entre la penumbra, un jarrón brillaba en una estantería. Estaba sellado y en él había inscrito unas letras. “Félix y Antonia". No entendía nada, eran los nombres de mis abuelos.  El jarrón pesaba bastante, pero al moverlo solo sonaba como una especie de moneda en su interior. “Qué extraño".

Al salir por la ventana, me resbalé y el jarrón se rompió.

Lo que pensaba que era una moneda era una llave. Era muy antigua y de color cobre.

Me acordé de la cerradura de la ventana en casa de mi abuela.

Subí las interminables cuestas pensando en contarle todo. Por otro lado, se enfadaría por ocultarle lo del sobre, así que estaba dudoso.

Cuando llegué, ella no estaba en casa. Así que decidí subir al altillo y abrir la ventana.  Cuando inserté la llave comprobé que encajaba perfectamente. Sentí un poco de miedo e inseguridad.

Al girarla, la ventana se abrió y un destello de luz me cegó por completo.

Cuando recuperé la vista, vi una contraventana donde había incrustado otro sobre. Esta vez venía mi nombre escrito: “Marco".  Dentro había un décimo de la lotería de Navidad. 

Me daba la sensación de que aquel año todo iba a cambiar en nuestras vidas.

 

 

 

 

 

 

 

 

CERVERA

 

CERVERA

El sol me cegaba. A lo lejos intuía una persona, pero hasta que no habló no le distinguí.

_Ya me ha dicho el Paco que tu hija este año se va a Inglaterra a estudiar.

Marcelo sujetó su bastón mientras esperaba respuesta de mi padre.

Siempre han sido muy chismosos en Cervera. Como en la mayoría de los pueblos de este país.

Antes de llegar a la plaza principal, ya se sabían tu matrícula de memoria, quien eras y a que venías. Sabían incluso más de lo que tú mismo sabías de ti.

Famosa por sus alpargatas, las abuelas se sentaban a las puertas de sus casas y pasaban horas y horas zurciendo aquel calzado.

Mi madre es una artista y las pintaba a la acuarela. Hay varios cuadros en casa de aquellas mujeres haciendo su labor.

Como buen pueblo de La Rioja baja, su industria se nutre del cableado, los pimientos, el vino y los zapatos.

A mí no me gustaba ir al pueblo todos los veranos con la familia. Mis amigos se quedaban en la capital y sentía que perdía el período estival en ese lugar, donde solo su piscina me llenaba de júbilo y diversión.  Era una señora piscina, con trampolines y todo.  Además, la terraza del bar que estaba en un piso superior daba a la pileta olímpica. Eran unas vistas impresionantes.

 Cervera está rodeada de piedra. De hecho, hay un peñón que invade el pueblo y desde esa terraza se ve como engulle las casas vecinas.

Otra cosa no, pero cuestas tiene un rato. Aún recuerdo subir exhausto a la hora de comer, que cuando llegabas a la casa no sabías si echar el higadillo o sentarte a la mesa.

Todos los veranos mi padre cargaba el coche, un monovolumen rojo pasión e iniciábamos el viaje.  Se tarda unas cuatro horas en llegar desde Madrid. Mi madre, siempre iba de copiloto y yo y mi hermana veíamos con ternura el gesto que le hacía a mi padre durante el trayecto. Tenía la costumbre de acariciarle la cogota mientras él conducía, tapándonos el paisaje con su brazo.

Y así, emprendíamos un año más nuestras vacaciones rurales.

Antes de acceder a Cervera, hay que transitar por unas sinuosas curvas que atraviesan el monte. Cuando yo era más pequeño me daba auténtico pánico pasar por aquellas carreteras. La verdad que hay unas vistas alucinantes y te sientes insignificante ante tanta amplitud y profundidad de montañas.

No había vuelto a venir desde los 16 años.  Ahora tenía 33 y alguna cana ya asomaba en mi cabeza.

_Ese tal Paco no sabe lo que dice, Marcelo. Mi hija no se va a ningún sitio. Ella trabaja en Pamplona ahora.

Mira, este es mi hijo. Un hombrecillo ya. Venía mucho de joven.

Saludé a ese anciano de boina negra con algo se timidez. Sentí como me analizaba con su mirada.

 

Lo bueno de pasar los veranos allí es que a las noches refrescaba. Al estar entre montañas rocosas, las noches eran agradables.

Aquel año decidí acompañar a mis padres.

 Lo acababa de dejar con Marian, mi novia durante cuatro largos años. Así que necesitaba un cambio, una distracción, una carga de energías.

Descargamos el equipaje, me instalé en la habitación y me fui al bar a tomar el vermú.

Mi hermana no vino esa vez. Y yo no recordaba a nadie del pueblo.

Bajé por las cuestas. Las calles necesitaban un buen asfaltado. Entre la inclinación y las baldosas mal puestas, había que estar atento de no tropezar.

Llegué a lo que llaman “la carretera “. Y es que así es, es una carretera que parte al pueblo en dos. En ella están los bares, los bancos y los pocos comercios que tiene Cervera.

Me avergonzaba entrar solo, pero pensé que no me conocía nadie y se me pasó.

Empujé la puerta del “Saxo" y me aproximé a la barra.

Una joven de pelo largo y negro y unos ojos grandes, me miró tras las botellas.

Me pedí una caña.  Enseguida se percató que yo no era de allí.

_ ¿A pasar unos días por esta vieja aldea? Su voz me enamoró. Era sonora y dulce y marcaba en ella un acompasado ritmo.

_Así es. Vengo de Madrid.

_Pues espero que disfrutes. Esta noche son las hogueras de San Juan. Aunque aquí está prohibido hacer fuego. Ya sabes, hay mucho monte alrededor, mucha hierba mala que puede arder. Pero lo celebramos bebiendo y bailando. Si te apetece, ven un rato. Viene mucha gente de otros pueblos.

Aquella noche me arreglé bastante. Me había parecido una mujer muy agradable a la vez que guapa. Tan solo por alegrarme la vista, iría en esa ocasión.

La carretera estaba llena de coches. Había mucha animación. Me encendí un pitillo y observé las casas. Eran edificios bajos, con sus balcones de piedra. En muchos de ellos aún colgaban pañuelos rojos propios de las fiestas.

Entré de nuevo a aquel bar. En vez de ella, me encontré a un hombre corpulento tras la barra. Me pedí un gintonic.

Muchos jóvenes bailaban en la pequeña pista habilitada entre barriles de cerveza.  Yo movía el pie al ritmo.  Nunca se me ha dado bien esas situaciones. Me sentía raro.

Una pareja se besaba al otro lado. Las tragaperras iluminaban el oscuro local.

Al tercer cubata empecé a marearme y decidí volver a casa. No me acordaba de las cuestas. De un lado a otro, subí como pude la primera. Intentando no ahogarme me apoyaba en las paredes de las casas.

Entonces, apareció.  En lo alto de la calle, vi como su melena ondulaba al son de sus pasos.

No recuerdo más. Debí desmayarme.

Hoy, nuestros hijos corretean por estas calles. Las rocosas casas que envuelven el barrio de arriba de Cervera, son testigos de mi resistencia a vivir allí.

De cosmopolita a vida rural. Así, sin pensarlo mucho.

Y es que, nadie que viene a este pueblo sabe lo que en él pasará.

Cervera no te deja indiferente.

 

jueves, 27 de octubre de 2016

LAS PERSEIDAS
LLegaban las ansiadas vacaciones para mi familia, y para mi. Mi marido había acomodado la furgoneta para nuestro viaje. Una auténtica pasada la compra que hicimos a Renault el año pasado. Confort y sencillez, nos llevabamos nuestra pequeña casa con nosotros. Daba gusto viajar así. Mis dos hijos, Paula y Loren disfrutaban más dentro que fuera de ella.
Este año iríamos hasta Italia. Soñábamos con los paisajes que nos encontraríamos en nuestras rutas. Estaba todo a punto. Sólo faltaba revisar el aceite y nos marchariamos de nuestra ciudad.
Loren estaba eufórico, no hacía más que pedirle a su padre ir delante con él. Se quedaba embobado viendo como cambiaba las marchas y el intermitente le fasinaba. Pero no podía ser. Ese sitio me correspondía a mi . Así que tras la primera llorera de las vacaciones, los dos se sentaron en sus sillas adaptabes y les puse el cinturón. Comenzaba nuestro viaje, ¡ qué nervios!.
Cruzamos la frontera de Francia relativamente temprano, no sin antes hacer parada en Zarautz y corretear un poco por la playa. Queríamos llegar a París , aunque nos desviásemos del camino, porque allí James me pidió matrimonio. Idílico si, típico también, pero especial y único para mi.
Dormimos en un pueblo llamado La Roque-Gageac y contemplamos las perseidas de agosto. Como no, hubo discusión entre Paula y Loren por usar el catalejo.
Antes de conocer a James, yo ya había perdido la esperanza de ser madre. De hecho tuve a Paula ya con treinta y seis años, algo mayor. Pero no me arrepiento de lo que antes decidí, no ser madre nunca. Fue una época de rebeldía ante los hombres. Antes si había tenido otros novios, pero todo fueron relaciones fallidas que hicieron que yo me cerrara en banda al amor.
Decidí pensar en mí, sólo y exclusivamente en mí. Comencé a cuidarme, a sentirme mejor conmigo misma y entonces ocurrió. Si me hubiera anclado al pasado seguramente ni le habría visto en la cafetería del hospital donde trabajamos los dos. Pero ese dia , por lo que sea , si le ví. Y él a mi también.
Comencé a almorzar con él. Y todo vino seguido. Sin llantos, sin dudas, ambos lo teníamos muy claro desde el principio. Tuvimos un noviazgo atípico porque su familia si era de Pamplona, ciudad donde vine hará nueve años a trabajar. Pero la mia estaba en Madrid. Así que digamos que he pasado más tiempo con su familia que él con la mia. Aún así , mis padres le adoran y vienen muy a menudo a ver a sus nietos.
Tras las perseidas , la noche quedó muy oscura en aquel lugar. Encendimos nuestras linternas y la tablet de James para contar historias. Al principio eran historias inocentes sobre áquel precioso monte, pero la cara de James al seguir leyendo cambió , me miró como diciendo "esto no se lo voy a contar a los crios". Entonces les dije que iba siendo hora de dormir, mañana teníamos que seguir viajando. Les acosté y les besé en la frente. Cerré la puerta delantera que separa las camas de la cabina de conducción.
La puerta de James estaba abierta y la tablet sobre el asiento. Pensé que mi marido habría salido a tomar un poco el aire, porque la verdad que hacía bastante calor para ser la una de la madrugada. Salí de la furgoneta en su busca, esperaba encontrármelo sentado en alguna roca cerca del río. Pero no fue así, no había rastro de él. Comencé a asustarme y regresé a la furgoneta. Las puertas estaban cerradas. ¡Mierda!..Por no despertar a los niños, decidí llamarle al móvil. Apagado. Golpeé levemente la puerta donde estaban nuestras camas pero tampoco hubo contestación.
Pasaba el rato y él no aparecía. Tras el cristal de a ventanilla podía ver la tablet aún iluminada. Mi vista sólo conseguió leer " La Roque-Gaeac, perseidas, brujas y espíritus". Pues si que estamos bien, pensé.
Normalmente soy muy escéptica y creo en estas cosas. Pero ahora solo quería dormir junto a James y mis hijos dentro de la furgoneta y me estaba empezando a poner nerviosa.
Caminé alrededor de la camioneta uns cinco veces más, intentando oir la respiración de mis hijos,pensando dónde podría haberse metido mi marido y maldiciendo no tener una copia de las llaves.
A eso de las seis de la mañana caí rendida, debí quedarme dormida entre las rocas próximas, al frescor de aquel río.
Algo me salpicó desde el agua, posiblemente algun pececillo saltarín mañanero. Inmediatamente me di la vuelta y corrí hacía la furgoneta, pero tropecé con una piedra y caí al suelo. No podía mover la pierna, pero si la cabeza, giré la vista y vi la furgoneta abierta de par en par. Chillé como loca los nombres de James, Paula y Loren. Comencé a llorar, lloraba desconsolada, un grito agonizante salió de mis adentros No contestaba ninguno. ¿ Cómo era posible ? ¿ A dónde habían ido? ¿Mi familia había desaparecido en aquel lugar?.Era imposible, anoche yo misma arropaba a mis hijos dentro -¿Dónde están dios mio, dónde?.
Intenté acceder al móvil que llevaba en mi bolsillo y llamar a la policia. No tenía mucha idea de francés, pero me entendí más o menos con ellos.

Tardaron poco en acudir . Los sanitarios entablillaron mi pierna. Expuse lo ocurrido al agente, el cual hizo varias llamadas telefónicas.
_ Lo único cierto señorita Zugasti, es que la furgoneta Reanult es de su propiedad. Pero me temo que usted nunca se ha casado y que tanto Paula como Julen no existen. Siento mucho tener que decirle esto,  pero contamos con un gran equipo de psicólogos que la podrán ayudar.

Acto seguido, me desmayé.

miércoles, 1 de junio de 2016




DÍMELO TÚ, PALOMA


Domingo por la mañana. Decidí salir a dar un paseo por Yamaguchi, uno de mis parques preferidos de esta ciudad que me acoge. Ese parque me parecía sacado de un cuento de princesas, hadas y de más personajes idílicos con los que crecí. Me hacía sentir bien caminar por allí. Hasta que la sandalia que llevaba ese día comenzó a hacerme herida. ¡ Malditos pies míos, anchos tenían que ser! , ¡no podían ser finitos y sensuales como los de cenicienta no!. Tenían que ser así, como los míos, anchos y abultados para que no pueda comprarme ningún zapato de tacón, ni alguno cuqui que se salga de lo estipulado. ¡Ays!, prometía ser una mañana dominical soleada y perfecta, pero se estaba yendo de lo estipulado.
Me senté en un banco para calmar el dolor de pies. Hacía una temperatura ideal. Comencé a leer el diario.
Pero, como no podía ser de otra manera empezó a levantarse aire.
El viento hizo que mi periódico volará por todo el parque. Justo cuando estaba leyendo una interesante columna de opinión. Porque las opiniones de los demás hacen crear las nuestras propias y nos enriquecen. Uff, a ver como me las apañaba ahora para recuperar todas las hojas.
Pude salvar algunas, pero otras habían caído al lago. Bueno  pensé, un poco de información no les vendrá mal a los patos. Porque si algo es cierto, es que son las aves menos informadas las pobres. En cambio las palomas, ¿ Qué me decís de ellas?, son las más listas, avispadas y cochinas. Por algo las llaman “ ratas del aire”. Vas andando por medio de la calle y casi tienes que cederles tú el paso a las muy cabritas.
De pequeña , adoptamos dos palomas del retiro de Madrid. ¡ Qué ocurrencia la de mis padres!, no me querían comprar un perro, así que me adoptaron a triky y maka, las aves más repugnantes existentes . Nos duraron tres días. Y uno de ellos lo pasaron en la ventana del vecino.
Vecino del cual más adelante me llegué a enamorar y nos pasábamos notitas por la ventana. Eso sí que era amor de riesgo.
Bueno, como decía, opiniones hay muchas. Pero certifico que aves como las palomas no han hecho mucho en este mundo , salvo que eran  nuestro antiguo washapp en tiempos remotos. Hoy por hoy, sólo molestan y deberíamos exterminarlas.
Porque sus cagadas manchan,  confunden, sobre todo en verano, cuando estás tomándote un helado de nata y chocolate, te cae mierda de paloma en el brazo y dudas, dudas mucho.
Llegué a casa medio coja y con sólo medio periódico en mi poder. Abrí la ventana de mi alcoba  y ¿ a que no sabéis que?, si, había dos palomas allí. Como si me estuvieran esperando justamente esa mañana, acechantes detrás del ventanal, para darme mi merecido.
Enrollé lo que quedaba del periódico y me lié a golpes contra ellas. Salieron volando las muy cobardes, ¿ os lo podéis creer?, ¡volando!
Si yo pudiera volar, ay, si se me concediera a mi ese don, me recorrería el mundo en busca de opiniones, absorbería toda clase de culturas y pensamientos diversos.
Que poco aprovechan estas palomas su don. Listas, listas no son. Tiquismiquis un poco







EL MUNDO AL REVÉS

Nunca he estado en una cárcel. De momento. Pero si ingresada en psiquiatría que no sé yo si es peor.
Allí entras para curarte. En la cárcel para reformarte y cumplir condena por aquello que hayas cometido. Dudo mucho que se torture a los presos, tienen todo tipo de comodidades, en cambio en psiquiatría se curan en salud atándote a la cama, por si acaso. En fin. Así van las cosas.
Manuel cumplía treinta y cinco años el mismo día que ingresó en el centro penitenciario de Meco. ¿Su delito?, desobediencia a la autoridad, falseamiento de documentos y robo a dos coches. La condena era de un año pero podría quedarse en menos por buen comportamiento.
Buen comportamiento, si. ¿ Cómo iba él a comportarse en aquel lugar?. Era un triste acontecimiento, robó por necesidad , pensaba vender las piezas, y más angustioso sería aquello para su mujer e hija, de las cuales poco sabría en aquel año.
El funcionario de prisiones le acompañó a su celda y le explicó todas las normas y horarios establecidos.
Quedaba media hora para la cena. Manuel depositó sus pertenencias en aquella celda, se sentó en la cama y rompió a llorar.
Su mente estaba bloqueada y no tenía ganas más que de morir. No aguantaría un año allí, encerrado y aislado. En el rellano se oían voces de los presos que comenzaban a hacer fila para recoger sus bandejas.
El mismo funcionario de antes le abrió la celda y le animó a salir. Vamos chaval, es hora de cenar.
Manuel se secó las lágrimas y bajó al comedor. Todos le miraban y observaban, diagnosticando cada gesto, cada movimiento y cada frase que aún no había pronunciado.
Sintió verdadero pánico. Sentirse un extraño entre gente que posiblemente habían cometido delitos más graves que el suyo, era aterrador.
Cuando se sirvió la comida, buscó tanteando un sitio solitario, pero todas las mesas estaban ocupadas. Un hombre corpulento le hizo un gesto invitándole a sentarse a su lado. Manuel se acercó temblando. Tranquilo amigo, todos hemos pasado por lo que tú estás pasando ahora.
Gracias, le dijo Manuel. La verdad que aquel hombre le hizo más cómoda la cena. Hablaron de sus cometidos, del porqué estaban allí. Patricio, que así se llamaba, ya había cumplido seis meses allí y parecía ser bastante respetado por el resto de presos. Lo importante es hacerte valorar chaval. No dejes que ninguno de éstos mamarrachos te hiera. Marca tus pautas y no tendrás problemas.
Acabó de cenar, se levantó y se marchó, sin más. No dijo ni adiós. Manuel no podía ingerir ni un pedazo de lo que había en su bandeja. Tenía el estómago cerrado y lo que más le preocupaba era no haberse podido despedir de su hija. Fátima no quiso llevarla consigo.
Aquella noche fue larga. Sólo se oían ronquidos que provenían de las otras celdas. Manuel se dedicó a leer, leyó mucho durante su estancia, sobre todo ciencia ficción. Soñaba con tener poderes, exterminar los barrotes con los rayos láser de sus ojos y volar, volar alto y lejos, allá donde nadie pudiera acusarle ni molestar.
De Patricio no supo nada más hasta el día de las visitas. Coincidieron en la sala. A él le vino a visitar su mujer, pero Patricio recibió la visita de una adolescente, no tendría ni veinte años. Ella chillaba mucho, lloraba y se desesperaba frente a él.
Fátima también lloró al ver a Manuel, pero de una manera más sentida y silenciosa. ¿por qué lo hiciste?, mi madre nos podría haber ayudado.¿ Qué necesidad tenías cariño?.
No supo bien que contestar. Estaban muy apurados de dinero si, y en aquellos momentos no vio otra solución . Un año pasa rápido o puede ser el año más eterno Manuel. Y lo más grave es que esto quedará marcado en tu vida posterior. ¿Quien te va a contratar?.
Nadie, la respuesta estaba clara. Nadie querría que un hombre ex preso, ex delincuente, formará parte de ninguna empresa. Lo tenían muy complicado.
No te pido que me perdones, ya que no lo harás. Tu futuro será mejor sin mi. Te quiero con locura, pero es mejor que sigas tu vida. Sólo te suplico que sigas dejándome ver a Amaya durante el resto de mi vida.
Fátima asintió, lloró más intensamente, le besó en los labios y se marchó.
Un fallo, un error, un vertiginoso acto cambió por completo la vida de Manuel. Ahora se encontraba sólo, sin esperanza. La vida le estaba dando una lección, pero él no quiso aprenderla.
Sólo habían pasado cuatro meses cuando encontraron su cuerpo en la celda, ahorcado.
Había dejado una nota para su hija. “Fui el hombre más feliz al verte nacer, espero recuerdes nuestros juegos por siempre pequeña. Allá donde esté, te protegeré. No cometas los mismos errores que yo. La vida es maravillosa y tú serás mi princesa por el fin de los días. Suerte pequeña.”
La vida es distinta según quien la viva, pero todos tenemos marcado un destino. Cuando te encuentras indefenso, sólo ante la nada, es entonces cuando estás perdido. La justicia no es igual tampoco para según quién. Arruinar la vida de un hombre por robar para comer es patético desde un punto de vista social. Ahora si, condenar a míseras estancias penitenciarias, con tratos de favor a gente de élite que roba millonadas, eso sí que lo vemos bien.
El mundo al revés.







NUESTRO DESTINO

Me enteré por él, el periódico. No supe como reaccionar en un primer momento, puesto que aquella noticia me dejó paralizada. Conocía a Jaime desde hace veinte años. Ver su nombre en aquella esquela me petrificó. He de admitir que cuando éramos jóvenes sentí un profundo deseo por él. Pero la vida nos llevó por caminos diferentes.
Estudiábamos para ser profesores , solo uno lo consiguió. Aquella muerte supondría una auténtico trauma para el colegio. Jaime dejó, una a una, ordenadas las fichas de cada alumno con los correspondientes comentarios el día antes de su muerte. ¿ por qué lo haría? ¿ que trauma tan duro vivía para despegarse de la vida?.
Hacía tiempo que no sabía nada de él, y me sentí muy culpable. Quizá si todos los que le conocíamos, hubiéramos prestado más atención a su existencia, esto no habría pasado.
Acudí al tanatorio, coincidí con más excompañeros de carrera y ninguno daba crédito a lo ocurrido. Ni su mujer, ni su jefe , nadie había notado nada raro en él.
Hay gente luchando por vivir y gente que así, sin más, se la quita.
Aquel suceso me hizo reflexionar mucho. ¡Como de misterioso y desconocido es aún nuestro cerebro!...¿ cómo es posible que nuestra alma no se aferre a este mundo?¿ Qué más necesitabas Jaime para ser feliz?. Este era tu destino pero la diferencia es que lo marcaste tú y no tu propia vida.
Tal vez tendrías miedo al dolor y sufrimiento que podría esperarte si hubieses envejecido. Tal vez…..
Has sido muy cobarde y valiente al mismo tiempo. Y ese, el tiempo, es lo que te aterraba. No has sabido ganarle la batalla, te has dejado llevar por él.
Sumida en esos profundos pensamientos, caminé bajo la lluvia en dirección a casa. No podía dejar de pensar en su rostro, en todo lo vivido aquellos años atrás en la universidad.
Cuando me dispuse a meter las llaves en la puerta de mi apartamento, se me cayeron. En ese momento se apagó la luz del descansillo. Sentí una presencia junto a mi. ¿ Cómo podía ser? hace unos segundos no había visto a nadie en la escalera. El pánico se apoderó de mi. Tanteé la pared en busca del interruptor y tropecé con algo . Lo siguiente que recuerdo es despertarme en la camilla del hospital. Fractura de fémur y múltiples contusiones. ¡Vaya faena!.
Las desgracias nunca vienen solas, pensé. Y lo peor de todo, es que no hay dos sin tres.
Durante mi larga baja, leí mucho. Y una mañana de Octubre, leyendo un antiguo libro de Torcuato Luca de Tena, vi una nota entre las páginas. Era de Jaime.
La nota debió de pasármela en alguna de las aburridas clases de magisterio . Pero yo no la había visto hasta aquel momento.
“ La felicidad del presente no determina la del futuro. Sabes que eres y serás mi yogurina preferida por el fin de los tiempos.¿ Nos vemos en el puente a las seis?”.
¡ Vaya!...solía llamarme así, yogurina por ser unos meses menor que él. En aquellos tiempos nos queríamos mucho. Y no darme cuenta hasta ahora de esa proposición, tenía mérito.¿ Y si la hubiera visto en el momento adecuado? Quizá, y solo quizá él ahora estaría aquí.
Cerré los ojos y me imagine una vida con él. Soñé y disfruté .
Puede que me equivoque, pero nuestro destino no lo marca nuestra existencia propia, si no, nuestra suerte .
Y yo ahora tenía la suerte de tener una nota . Nota que estaría conmigo por siempre.
Llegó el día de incorporarme al trabajo. Trabajaba como administrativa en una empresa de seguros. Llevaba conmigo mi nota.
Habían pasado muchos meses desde su muerte, pero no lograba apartarle de mi mente.
Me disponía a cruzar la calle . Sonó mi móvil en ese instante y un fuerte frenazo se oyó en toda la manzana.....
La noticia se publicó en el periódico, ese mismo diario que meses atrás comenzara esta cadena de siniestros.